Relatado por Manuela Torrijos

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
Manuela Torrijos

De madre manchega y padre andaluz, actriz, decoradora y maestra, afincada en Granada. Natural de Huelma, un pueblo ubicado en el corazón de Sierra Mágina de Jaén, donde comencé a dar vida a mis primeros personajes en un pequeño escenario. Los hermanos Álvarez Quintero y Alejandro Casona aún viven en mí.
Me mudé a Jaén capital para realizar mis estudios y allí tuve la suerte de trabajar en una de las mejores empresas de teatro, donde me formé como actriz, Creativo Imprevisible. Entre goma espuma, látex, telas, escenografías, máscaras, escenarios y plazas de toda España, pasé gran parte de mi juventud. Un lazarillo muy pillo también sigue dentro de mí, el personaje que más me ha hecho sentir la interpretación. Durante este tiempo tuve la suerte de conocer, trabajar y aprender un poquito del gran Collin Arthur.

Años más tarde me adentré en el mundo del cine, otra de mis pasiones, extra en varias series televisivas de “Mediaset” y cortometrajes, entre los que destaco “El abrazo de Iris” dirigida por Jesús Rabasco y Julio García Escames, premio especial del público a mejor cortometraje en el Festival 24 de cine de Adra de 2008. “La casa azul” dirigida por Antonio Espínola del año 2009 es otro de mis grandes trabajos.
Ahora me encuentro ansiosa y a la espera de rodar un gran proyecto que pronto verá la luz.
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